Escenas perdidas de Madrid

 

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24- 1940 'El último tranvía'

100,00 €
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24- 1940 'El último tranvía'

100,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desapareció en 1972)

 

   La línea de tranvía Barrio de Pozas-Puerta del Sol-Cibeles-Embajadores, a su paso por la Plaza de Cibeles, hacia 1940. Al fondo podemos ver el Palacio de Linares. Fue una de las primeras líneas de tranvía de Madrid, inicialmente de tracción animal (mulas) y luego eléctrica, conectando puntos clave de la ciudad.

   Hoy si viésemos una estampa como ésta en directo nos echaríamos las manos a la cabeza; sin embargo, décadas atrás se hacía la vista «gorda» con estas travesuras.

El tranvía fue capaz de convivir con el metro, el autobús y el trolebús durante tres décadas. En 1972, tras cumplir cien años, realizó su último viaje.

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23- 1930 'Colchonero'

50,00 €
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23- 1930 'Colchonero'

50,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desaparecieron en los Sesenta)

 

   Varear las lanas de un colchón apelmazado era una labor que en muchas casas se realizaba una vez al año.

   Había que descoserlo, lavar sus telas y con unas varas, generalmente de tamariz o avellano, golpear la lana para ventilarla y ahuecarla. La lana al suelo, encima de una colcha vieja de las que se ponía debajo del colchón en la cama, y al sol  durante unas horas. De vez en cuando se le daba la vuelta y se volvía a desmadejar lo más posible para, después de la siesta y con poca brisa, comenzar el vareado silbando y cortando el viento.

   La lana se iba haciendo cada vez más suave y esponjosa soltándose y ahuecándose sobre el  montón, después había que meterla en su funda y coser la tela.

   Ya solo quedaba hacer coincidir los ojales dobles de la  parte de arriba con los de abajo y con la aguja larga pasar las cintas y hacer los balduques o lazos para que la lana se sujetara terciada por toda la base. Había otra forma de coser los rebordes llamada “a la inglesa”, que consistía en coser con hilo de tricotón la tela y algo de lana, así quedaba la cama más vistosa después de hecha.

   Con el tiempo apareció la voz de "Colchonero lanerooooo" "Compro colchones de lanaaaa", "Cambio colchón de lana por uno de espuma", y se llevaron aquellos colchones con todos nuestros sueños y el final de las obligadas siestas.

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

   El oficio de limpiabotas en Madrid, aunque menos común hoy en día, fue un símbolo de la vida urbana durante décadas, especialmente en el siglo XX. Los limpiabotas trabajaban en lugares emblemáticos como la Gran Vía, sentados en pequeñas cajas con cepillos y cremas, ofreciendo un servicio que para muchos era una forma de prestigio. Eran también un punto de encuentro social donde se compartían noticias y conversaciones, escuchando y compartiendo historias, convirtiéndose en cronistas discretos del Madrid de su época. 

Personajes y Anécdotas Icónicas:

  • "Purísima": Era un limpiabotas muy conocido en Sol, famoso por su energía, su rapidez y su habilidad para charlar mientras trabajaba, convirtiéndose casi en una figura turística.

  • "Two Hundred": Solo hablaba inglés, diciendo "two hundred" (doscientos, refiriéndose al precio) a los clientes, sin importar el idioma, como parte de su peculiar encanto. 

  • El "Imperio del Betún": En los años 50, había cientos de limpiabotas en Madrid, especialmente cerca del Banco de España. El oficio tenía su propio sindicato y hasta su patrona, la Purisima Virgen de la Concepción.

  • La Calle como Oficina: Los limpiabotas no solo trabajaban en esquinas, sino que eran parte del paisaje urbano. Veían pasar la vida madrileña, desde ejecutivos con trajes impecables hasta bohemios, y escuchaban todo tipo de confidencias.

  • Ingenio y Supervivencia: Muchos limpiabotas usaban trucos para atraer clientes o negociar precios. Las historias a menudo hablan de su ingenio para ganarse la vida con muy poco.

  • El Contraste Social: Es habitual la anécdota del limpiabotas que lustraba los zapatos de figuras importantes o que veía la cara oculta del Madrid más elegante desde su banquillo, como los lujosos edificios del Barrio de Salamanca, desde abajo. 

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desaparecieron en los Setenta)

 

   Los traperos o ropavejeros eran gente pobre con un ingenio especial para ganarse la vida recogiendo desechos (trapos, papel, chatarra) con su distintivo sonido de "chiflo", su burro y su carreta. Tenian sus clientes fijos a los que cobraban una especie de iguala.

   Solían tener casas con patio grande donde volcaban la busca (la basura) que toda la familia separaba en diferentes espacios dedicados: hierro, aluminio,cobre,bronce, papel, cartón,trapo, medias de naylon, cristal, y tantas otras que llegaban revueltas.

  El carbón y la carbonilla se recogía aparte para los edificios que tenían calderas de este tipo. Apartaban los trozos sin usar, luego los que estaban a medio quemar que se cribaban y se vendían más barato como carbonilla y el resto, escoria, lo distribuían por las calles para hacer firme.

Características y anécdotas comunes:

  • El "Chiflo" o "Chirimía": Silbato de madera con un sonido único, que usaban para anunciar su llegada por los barrios antes del amanecer.

  • La "Carreta-Taller": Carromatos con una rueda grande y herramientas para reparar objetos in situ (afilados, remaches) y un recipiente de agua; como pequeños talleres ambulantes.

  • La Recogida de Basura: Antes de que el servicio municipal fuera regular, los traperos eran los encargados de recoger los desechos de las casas, clasificando y vendiendo lo que podían reutilizar.

  • El Intercambio: A veces, a cambio de la basura o por Navidad, los traperos dejaban pequeños regalos como pollos a las familias que atendían.

  • El "Tesoro" en la Basura: En tiempos de miseria, los desechos contenían "tesoros" (ropa, zapatos, libros), y lo que unos tiraban, para ellos era sustento.

  • El Legado: Aunque la actividad como la conocieron desapareció, hoy sobrevive en organizaciones como los "Traperos de Emaús", que recogen donaciones para fines sociales, y el término persiste para hablar de personas que dan una segunda vida a objetos usados. 
  • La Sabiduría Animal: Anécdotas como la de las mulas de los traperos, que solas sabían el camino desde Leganés hasta Madrid.

  • El Trabajo Invisible: Relatos sobre molinos papeleros donde el duro trabajo de los hombres que golpeaban trapos con batanes hacía posible libros como El Quijote, una historia que ellos desconocían. 

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

A ponerse las alpargatas, que lo que viene es zapateao.

 

   En 1920, se fundó "la liga de la alpargata" por algunos tertulianos que se reunían en el Casino de Autores, Dramaturgos y Líricos de Madrid.
   A raiz de un comentario sobre el alto precio del calzado e imitando la presión de la vecina Francia hacía su propia industria decidieron, medio en broma medio en serio, hacer un boicot también en España al calzado de alta gama.  Se trataba de hacer un llamamiento a toda la ciudadanía por medio de panfletos, cartas y otros medios de difusión, para que todos calzasen alpargatas de pobres en lugar de sus habituales zapatos, incluso aún vistiendo sus mejores galas. Un esnobismo jaleado hasta por Alfonso XIII, que se aburría entre borbonada y borbonada, que fue expandido en plan de chirigota por los medios de comunicación que enaltecían ese complemento en las clases más pudientes para ennoblecer el "calzado de los desarrapados".  

   Pero llegaría el invierno y ese "sacrificio" aceptado de buen gusto con el tiempo cálido, se convertiría en un padecimiento con el frío, la humedad y las agresiones climáticas. "Hasta ahí llegó la liga"

   Al final todo quedó en una anecdota. Desde el momento en que volvió el frío y la lluvia, volvieron los zapatos a los pies de los más ricos y siguieron las alpargatas en los de los mas pobres. 
   La tragedia fue que algunas fábricas lo pasaron mal, se creó paro y pobreza y los pobres, que siempre habían llevado alpargatas, las siguieron llevando, pero mucho mas caras.

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desaparecieron en los Sesenta)

 

- Eh... ¿no tas enterao de lo de ayer?

- Yo no m'enterao de ná ¿pos que ha pasao...?

- Pos que ayer tarde cuando volvía Fulano d'afuchinar en la obra, vio en el zopetero de debajo la via a la hija de la Eulalia chuchando con el rochano del Matias.

- Anda, anda, ambrollera, que tampoco es pa tanto la cosa...

- Cooopón que no... pos menuda escandalera... ¡hasta en la feligresía se oían las ausiones...! Resulta que s'anterao el padre y ha dejao a la muchacha pínfana de un mochazo... y a la madre la dao un arrechuz que aína si vuelve...

- Pos ná... ni cosa... si por ese zopetero hemos pasao tóóóas…

 

La lechera era una figura común en las Palomeras de los Cincuenta; repartía leche recien ordeñada de casa en casa, a tres pesetas o de fiao. En algunos casos se realizaban trueques, como hortalizas a cambio de leche.

La pasteurización y la creación de centrales lecheras, especialmente en ciudades de más de 70.000 habitantes, generaron controversia y cierres de lecherías. Ciento treinta y una lecherías se habían cerrado en las primeras semanadas de 1953 por adulteración en la venta de leche. En 1954 provocó un verdadero conflicto pero la disposición gubernamental decidió establecer centrales lecheras en localidades superiores a los setenta mil habitantes. En plazo breve se proyectaban seis centrales en Madrid.



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18- 1942 'Botijera'

100,00 €
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18- 1942 'Botijera'

100,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desaparecieron en los Cincuenta)

 

   Durante la dictadura franquista, las mujeres fueron el principal sustento de las familias desamparadas. En este caso 'Ella' tuvo que hacer el trabajo que hacía su marido, antes de que le encarcelaran por la Ley de Responsabilidades Políticas.

   'Ella' aparecía y desaparecía por las calles de Madrid en primavera, como si se tratara de un ciclo estacional, tirando de un simpático y bien ornamentado burro.

   'Ella' era de la zona de Barros, en Extremadura, por eso las vecinas creían que traía los botijos desde allí, pero lo cierto es que compraba toda clase de utensilios de barro en los tejares y alfares de las afueras de la Capital, a donde se había trasladado para poder visitar a su Elías con mas frecuencia. 

   El burro lo llevaba engalanado con gusto, con esmero, con cariño, sus borlas colgando por su frente, a veces hasta con sombrero, sobre una manta que le cubría el lomo. Llevaba acoplado un armazón hecho con listones o varas entrelazadas, formando una especie de cesta, dos eran las que llevaba, una a cada lado, estas iban rellenas con paja u otro material análogo, con el fin de que los cacharros que contenían, no se golpearan entre si. También era corriente que llevara algunos cacharros colgando por el exterior de las cestas. La mercancía era muy variada, desde los típicos botijos, el blanco que hacía el agua más fresquita y el colorado, hasta todo tipo de cacharros útiles para las cocinas, platos, cucharones, orzas pequeñas para las aceitunas, candelabros para las velas, fuentes y si alguna vez no traía lo que necesitabas se lo encargabas.

   Siempre con su pantalón de pana, sus zapatillas de esparto y su sombrero.

   Su Elías fue fusilado en 1945 y las vecinas de Madrid no volvieron a ver a 'Ella'.

Acuarela:

lámina (31x23 m)

 

   El oficio de afilador en Madrid, aunque menos común, todavía existe y es un oficio artesanal ambulante que afila cuchillos, tijeras y otras herramientas de corte. Utilizan un molinillo mecánico para realizar su trabajo y, para anunciarse, todavía usan un "chiflo" o "pito del afilador", aunque hoy en día se desplazan en motocicletas o vehículos para moverse por las calles, especialmente en zonas con mucha hostelería. 

 

  • Descripción del oficio: Los afiladores se desplazaban tradicionalmente por las calles para ofrecer sus servicios de afilar instrumentos cortantes, como cuchillos, tijeras y navajas.

  • Sonido característico: El sonido del "chiflo", una flauta de pan, es la señal tradicional que utilizan para anunciar su presencia en las calles.

  • Adaptación moderna: Aunque el oficio es antiguo, se ha adaptado a los tiempos modernos. Ahora se desplazan en vehículos como motocicletas, aunque el afilado se sigue haciendo con herramientas mecánicas.

  • Declive y supervivencia: Es un oficio en declive, pero aún sobrevive gracias a la necesidad de afilar objetos cortantes, sobre todo en las áreas de hostelería, y a que todavía hay personas que lo practican. 

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16- 1940 'La tabla de lavar'

50,00 €
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16- 1940 'La tabla de lavar'

50,00 €

Acuarela:

lámina (31x23 cm)

 

(dejaron de usarse a mediados del siglo XX)

 

   Las antiguas tablas de lavar de madera son herramientas de lavandería con una superficie corrugada para frotar la ropa enjabonada. Tras su uso, se han convertido en objetos de decoración o se han reutilizado de formas creativas, como repisas, bodegas o instrumentos musicales. 

Usos tradicionales

  • Herramienta de lavandería: Su propósito original era frotar la ropa para limpiarla.

  • Diseño: Consistían en una tabla de madera con una serie de estrías o corrugaciones en la superficie, diseñadas para ayudar a frotar la ropa. 

Usos modernos y reutilización

  • Decoración: Se han transformado en objetos decorativos únicos para el hogar.

  • Muebles: Se utilizan para crear otros muebles, como repisas para la cocina.

  • Instrumentos musicales: Adaptadas para la música, especialmente en el jazz y el blues, donde las corrugaciones se usan para crear ritmos y sonidos (washboard).

  • Otros objetos decorativos: Se han transformado en bodegas para botellas, copas y otros accesorios. 

Mantenimiento y limpieza

  • Limpieza: Para limpiar una tabla de madera antigua, se recomienda usar agua caliente y un jabón suave.

  • Frotar: Se puede usar un estropajo o un cepillo para limpiar las corrugaciones y eliminar la suciedad.

  • Enjuagar: Enjuagar bien con agua para eliminar todo el residuo de jabón. 

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15- 1952 'Lañadoras'

130,00 €
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15- 1952 'Lañadoras'

130,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

(desparecieron entre las décadas de los Sesenta y Setenta).

 

   El oficio de lañador se ejercía de forma artesana. Rreparaban objetos rotos, especialmente de cerámica y loza, usando grapas metálicas (lañas). A menudo también reparaban paraguas, y trabajaban de forma ambulante. Este oficio desapareció gradualmente, pues resultaba más caro arreglar un objeto que comprar uno nuevo. 

 

Oficio de lañador

  • Función principal: Componer objetos de barro, loza, latón y porcelana que se habían roto.

  • Método de reparación: Hacían agujeros a ambos lados de la rotura, aplicaban una masilla y luego colocaban lañas metálicas (grapas) que solían soldar para asegurar el arreglo.

  • Otros oficios asociados: Muchos lañador@s también eran paragüer@s, reparando paraguas, y para ello llevaban en sus bolsas varillas metálicas, telas para remendar y mangos.

  • Forma de trabajo: Trabajaban de forma ambulante, acudiendo a los domicilios o a puntos de encuentro habituales. 

Desaparición del oficio

  • A medida que avanzaba el siglo XX, comprar objetos nuevos se volvió más barato que repararlos.

  • Esto hizo que el oficio de lañador fuera desapareciendo y se convirtiera en un oficio perdido. 

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14- 'La tienda del señor Antonio'

130,00 €
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14- 'La tienda del señor Antonio'

130,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

   Estaba en la calle Carnero, esquina con Mira el Río Alta, en el Rastro. En la actualidad es una tienda de libros antiguos que la lleva su hijo.

   Aquellos comercios recibían muchas denominaciones: colmados, mantequerías, ultramarinos, coloniales, o abastos. Pero de todos, el que más me gusta es «Ultramarinos».

   Si los recordáis, en ellos se vendía de todo, sobre todo latas de conservas, legumbres y galletas a granel y cualquier cosa que se pudiera necesitar.

   ¿Habéis pensado hace cuánto no se ven lecherías, carnicerías o pescaderías en locales de puerta calle? Ya no abren nuevos comercios de este estilo, y tristemente, muchos de los que hay, van cerrando, o aguantan hasta la jubilación de sus propietarios, sin que haya una sucesión en el negocio natural como la de antaño, generalmente pasaban de padres a hijos.

   Consecuencias de lo que se está empezando a conocer como «Ausencia de relevo generacional»

   Todos, sobre todo los que tenemos cierta edad, recordamos con nostalgia estos establecimientos.

   Los bacalaos apilados, la barrica de arenques y esa lata enorme de escabeche que pedías por gramos.

   Aquellos cucuruchos de papel de estraza. Aquellos olores. Se iba a comprar con una huevera de plástico.

   El cuaderno donde «apuntaba» el importe de la compra para luego pagarlo a final de mes. No hay que olvidar que casi todos los establecimiento vendían «fiado» a quien lo necesitaba. Generalmente, todos eran clientes conocidos.

   El contacto con tus semejantes, sabíamos todo de los vecinos y sabían todo sobre nosotros. Lo bueno y lo malo.

   Por desgracia, todo eso se ha perdido, por lo menos a nivel de calle.

 

 

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13- 1934 'Taberna «Casa Antonio»'

130,00 €
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13- 1934 'Taberna «Casa Antonio»'

130,00 €

Acuarela:

lámina A4

 

   Desde 1947 llamada «El Madroño», se encuentra en el número 10 de la calle Latoneros, esquina con Puerta Cerrada.

   En la actualidad ya casi no quedan este tipo de tasca, de las de siempre. Con sus mesas para jugar a las cartas, dominó, o para tomarse sus chatos de vinos, servidos con una frasca de cristal, grifo de Vermut, sobre un mostrador de zinc, al igual que los fregaderos.

   Ah! y en muchas de estas tascas, solían apuntar sobre el mostrador y con una tiza, el importe de los chatos que ibas consumiendo.

 

Auarela:

Lamina 26x36 cm

 

Era la Gloria vestida de tul
con la mirada lejana y azul
que sonreía en un escaparate
con la boquita menuda y granate,
y unos zapatos de falso charol
que chispeaban al roce del sol.

Limpia y bonita. Siempre iba a la moda.
Arregladita como pa' ir de boda.

Y yo, a todas horas la iba a ver
porque yo amaba a esa mujer
de cartón piedra,
que de San Esteban a Navidades,
entre saldos y novedades,
hacía más tierna mi acera.

No era como esas muñecas de abril
que me arañaron de frente y perfil.
Que se comieron mi naranja a gajos.
Que me arrancaron la ilusión de cuajo.
Con la presteza que da el alquiler,
olvida el aire que respiró ayer.

 

Juega las cartas que le da el momento:
"mañana" es sólo un adverbio de tiempo.

No, no. Ella esperaba en su vitrina
verme doblar aquella esquina...
Como una novia,
como un pajarillo, pidiéndome:
"libérame, libérame...
y huyamos a escribir la historia".

De una pedrada me cargué el cristal
y corrí, corrí, corrí con ella hasta mi portal.
Todo su cuerpo me tembló en los brazos.
Nos sonreía la luna de marzo.
Bajo la lluvia bailamos un vals,
un, dos, tres, un, dos, tres... todo daba igual.

Y yo le hablaba de nuestro futuro,
y ella lloraba en silencio... os lo juro.

Y entre cuatro paredes y un techo
se reventó contra su pecho
pena tras pena.
Tuve entre mis manos el universo
e hicimos del pasado un verso
perdido dentro de un poema.

Y entonces, llegaron ellos.
Me sacaron a empujones de mi casa
y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas,
donde vienen a verme mis amigos
de mes en mes...,
de dos en dos...,
y de seis a siete...

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11- 1951 'El futbolín'

50,00 €
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11- 1951 'El futbolín'

50,00 €

Acuarela:

lámina (36x26 cm)

 

   Ecónomico, sin electricidad; estaba en bares y billares y se podía hacer el 'guinde' para que las bolas jugadas bajaran al cajetín, aunque con cuidado de que no te pillara el encargado que solía tener muy mala hostia.

  El futbolín, también conocido como futbolito, metegol, fulbito, futmesa, tacataca, fulbatin, tacatocó, futillo, fulbacho, canchitas, tiragol o fulbote es un juego basado en el fútbol. En los billares era el juego de los NO-mayores porque teniamos prohibido jugar al billar y era más barato. Se juega sobre una mesa especial sobre la cual ejes transversales con palancas con forma de jugador son girados por los jugadores para golpear una pelota.

 

   Los futbolines de los años 60 se caracterizaban por su diseño y la presencia de un monedero para jugar en locales públicos. Fue una década en la que el futbolín se consolidó como un juego de entretenimiento popular, con modelos robustos y funcionales, como el B60 de Bonzini, ideal para bares y restaurantes. Estos modelos eran de madera y solían tener jugadores de madera, metal o plástico. 

 

Características principales

  • Monedero: Los modelos de esta época, especialmente los destinados a establecimientos públicos como cafeterías, incorporaban un monedero para iniciar el juego.

  • Robustez: Solían ser mesas de juego robustas, con estructuras de madera y un campo de juego de diferentes materiales.

  • Diseño: Aunque la funcionalidad era la prioridad, el diseño de estos futbolines se inspiró en el estilo de la época, con acabados más sencillos y prácticos.

  • Jugadores: Los jugadores solían estar hechos de madera, metal o plástico, y su diseño se adaptaba a la época.

  • Popularidad: Los futbolines de los 60 se popularizaron en bares, restaurantes y otros locales de ocio, convirtiéndose en un símbolo de la época y un juego muy apreciado.

  • Estándar de juego: Aunque las reglas varían según la región, la forma de juego era la misma que la de hoy en día, donde se usan las palancas para mover a los jugadores y anotar goles. 

 

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10- 1930 'Zapatero remendón'

100,00 €
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10- 1930 'Zapatero remendón'

100,00 €

Acuarela:

lámina (26x36 cm)

 

(desaparecieron en los Setenta)

 

   Los zapateros remendones callejeros eran artesanos que reparaban calzado de forma ambulante o desde pequeños talleres, utilizando herramientas manuales como martillos, leznas y agujas. Su oficio, que implicaba coser, pegar suelas, cambiar tapas y reparar descosidos en todo tipo de calzado, se transmitía de generación en generación.

   Hoy en día, este oficio ha disminuido debido a la proliferación de zapatos de baja calidad y el avance de la maquinaria, aunque sigue vigente en algunos casos, con un enfoque moderno en la reparación de calzado de lujo y zapatillas deportivas.

 

Características y oficios del zapatero remendón

  • Artesanía y manualidad: Tradicionalmente, el trabajo era casi exclusivamente manual, utilizando la piel y las herramientas de la época para reparar calzado.

  • Taller ambulante: Los zapateros ambulantes recorrían las zonas rurales con sus talleres portátiles para confeccionar calzado para los campesinos, utilizando el cuero que ellos mismos almacenaban.

  • Herramientas: Utilizaban herramientas como martillos de remendón, leznas, agujas, hilo, cuchillos, limas y yunques para realizar las reparaciones.

  • Tareas principales:

    • Cambio de suelas y tapas

    • Reparación de descosidos y roturas

    • Pegado de suelas

 

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9- 1963 'Domingueros'

100,00 €
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9- 1963 'Domingueros'

100,00 €

Acuarela:

lámina (26x36 cm)

 

   "La Revolución Silenciosa del Ocio en la España de los Sesenta"

¿Fuiste o te llevaron a los pinos de Oromana o a la Higuerita? ¿Llevábabais el transitor para escuchar el Carrusel?

 

   En la baca del seita, no faltaba ni el canasto de mimbre con filetes empanados y tortillas, las neveras para el tinto, las caseras y el picadillo, la sandia para meter en el agua que hubiera y el termo del café...

   Durante los años sesenta, España vivió una transformación social silenciosa pero profundamente reveladora: el auge del “dominguero”. Este fenómeno, que para muchos se resumía en familias cargadas con neveras, tortillas de patatas y sombrillas en coches SEAT 600, simbolizó en realidad una incipiente conquista de la clase media del derecho al ocio y a la movilidad.

En una España aún bajo el yugo franquista, los domingos se convirtieron en una ventana de libertad.

Un coche, una tortilla y la carretera

   El desarrollo económico que comenzó a perfilarse con el llamado “milagro español” dio lugar a un tímido pero creciente bienestar. Con la mejora de los salarios y la expansión de la industria automovilística —gracias al SEAT 600 y al Renault Dauphine— miles de familias españolas accedieron por primera vez a un coche propio. Esto no solo cambió la forma de moverse, sino también la forma de vivir el tiempo libre.

   El domingo se convirtió en el día esperado: el día de cargar el coche con comida, niños, suegros y hasta el canario, rumbo a la playa, al campo o a algún pantano cercano. La escena se repetía como un ritual en toda la geografía: largas caravanas por carreteras nacionales, mesas plegables en los pinares, y baños improvisados en pantanos aún sin vigilancia.

El ocio como expresión de cambio

   Ser dominguero no era solo una costumbre: era una forma de reivindicar un espacio en la modernidad. La jornada dominical al aire libre suponía un respiro frente a las normas rígidas del régimen. Aunque no había libertad política, había una creciente voluntad de vivir mejor, aunque fuese solo durante unas horas.

Para muchas familias obreras, aquel viaje semanal era la única oportunidad de escapar del hacinamiento de los barrios periféricos. Se trataba de una forma de turismo popular, precario pero cargado de ilusión, donde no faltaban la radio con canciones de Karina o Raphael, el café en termos y las sombrillas de rayas.

Críticas, tópicos y realidades

   No todos veían con buenos ojos a los domingueros. Desde ciertos sectores de clase alta o intelectual, el fenómeno era objeto de burla: sinónimo de mal gusto, de ruido, de atascos interminables y de invasión de espacios naturales. Las caricaturas de la época mostraban a familias sudorosas, cargadas hasta el techo, con el padre en camiseta de tirantes y la suegra criticando por el retrovisor.

   Sin embargo, detrás del estereotipo, había un país en transformación. España salía de su ensimismamiento rural y comenzaba a soñar con las vacaciones, el coche familiar y la movilidad. El fenómeno de los domingueros anticipó en cierta forma el boom turístico y el desarrollo del turismo interior en las décadas siguientes.

Legado de un ritual popular

   Hoy, medio siglo después, el término “dominguero” sigue existiendo, aunque a menudo con connotaciones peyorativas. Sin embargo, en los años sesenta, fue símbolo de progreso. En un tiempo en que viajar era un lujo y descansar un privilegio, los domingueros rompieron barreras y democratizaron, a su manera, el acceso al ocio.

   En cada tortilla de patatas envuelta en papel de aluminio, en cada bañador tendido al sol sobre la ventanilla de un 600, latía el anhelo de una España más libre, más abierta y, sobre todo, más feliz.

   El gran Ibáñez los retrataba no muy bien en sus historietas de Mortadelo y Filemón, llamándoles roba peras...

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8- 1950 'Mangueros y llaveros'

100,00 €
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8- 1950 'Mangueros y llaveros'

100,00 €

Acuarela:

lámina (26x36 cm)

 

(Desaparecieron en los Setenta)

 

   El oficio antiguo de regar las calles con mangueras se llamaba baldeo y lo realizaban los mangueros o peones especialistas. El oficio era fundamental para la limpieza de las calles, especialmente antes de la automatización, y consistía en usar agua a presión para arrastrar la suciedad, el polvo y los residuos pequeños hacia las alcantarillas. Los equipos solían incluir un "manguero" que operaba la manguera y un "llavero" que dirigía los residuos hacia el desagüe y recogía los montones finales.

Descripción del oficio

  • Nombre del oficio: Baldeo.

  • Operarios: Mangueros o peones especialistas.

  • Herramientas: Mangueras, cepillos y carritos de limpieza.

  • Proceso:

    • El manguero proyectaba agua a presión con una manguera, a menudo conectada a una boca de riego.

    • El agua arrastraba los residuos del pavimento y las aceras.

    • El llavero empujaba los residuos hacia la red de alcantarillado.

    • Se recogían los restos acumulados con una pala y se depositaban en un carrito.

Importancia del oficio

  • Limpieza exhaustiva: El baldeo manual permitía acceder a rincones y áreas donde las máquinas no podían llegar, como alrededor de bancos, contenedores, paradas de autobús, alcorques de árboles y soportales.

  • Mantenimiento de la salud pública: Era una tarea esencial para la higiene de la ciudad, retirando suciedad acumulada que podía ser perjudicial para la salud.

  • Precursor de las máquinas: Con el tiempo, este método manual fue complementado y, en gran medida, reemplazado por el baldeo mecanizado, que utiliza vehículos cisterna con sistemas de alta presión controlados por el conductor. 

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7- 1954 'Cartelistas'

50,00 €
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7- 1954 'Cartelistas'

50,00 €

Acrílico:

lienzo (26x36 cm)

 

(desaparecieron en los Noventa)

 

   Los carteles de cine tradicionalmente eran creados por pintores y dibujantes especializados, llamados cartelistas. Algunos de los nombres destacados incluyen al italiano Anselmo Ballester, los españoles Francesc Fábregas Pujadas y Peris Aragó, y el estadounidense Drew Struzan. Su labor combinaba arte y artesanía, a menudo trabajando desde bocetos y reproduciendo a los actores con gran realismo en lienzos de gran formato. 

Proceso de creación de los carteles

  • El proceso comenzaba con un boceto a lápiz que necesitaba ser aprobado.

  • El boceto se transfería, con ayuda de un cuadriculado, a un lienzo de tamaño definitivo usando carboncillo.

  • La etapa crucial era la aplicación del color, para la cual a veces se tenía que inventar la paleta de colores basándose en bocetos en blanco y negro.

  • Se empleaban técnicas como la pintura al temple, aplicada con pinceladas impresionistas para dar forma a las figuras y lograr un parecido asombroso con el boceto original.

  • Finalmente, se añadían los textos y títulos

Acuarela:

lámina (26x36 cm)

 

(desaparecieron en los Setenta)

 

   La cámara utilizada para la fotografía minutera incluía en un único cajón compacto tanto la cámara misma como el laboratorio fotográfico completo de revelado y ampliación convencional en blanco y negro. A la «cámara oscura» (el cajón), accedía el fotógrafo a través de una manga negra de terciopelo y realizaba gran parte de su trabajo al tacto.
   Los fotógrafos se ubicaban en plazas, parques, miradores y paseos y ofrecían sus servicios de «foto al minuto» ataviados con un tradicional e inmaculado delantal blanco y un sombrero. Con frecuencia los acompañaba un loro que se posaba sobre la cámara (de ahí la expresión que subsiste hasta la actualidad: «mire al pajarito» para indicar a alguien que dirija su mirada a la cámara) y entregaba con el pico papeles de la suerte a los clientes. Los recién fotografiados debían llevar su foto en la mano sosteniéndola con cuidado desde alguna punta para que secara al viento. A veces los fotógrafos tenían además elementos escenográficos: algún caballito de palo, muñecos, telones y otros implementos de utilería en cartón para ambientar las fotos.
   La fotografía minutera tuvo su principal auge durante la primera mitad del siglo xx y comenzó a declinar en los años 1970 debido a la aparición de la fotografía a color y de las nuevas técnicas fotográficas.

Acuarela:

lámina (26x36 m)

 

(desaparecieron a principios de los Treinta)

 

   Mozos de cordel o mozos de cuerda en Madrid era un oficio gremial de tradición que estuvo emparentado al de los aguadores. Se situaban en las esquinas de las calles y servían para conducir los efectos y hacer toda especie de mandados,  pagándoles de 2 a 4 reales por cada mandado.

Los soguillas.
   Resulta curioso que la más dura e historiada competencia les llegase a los mozos de cordel, no de los poderosos, sino de los menesterosos pobres de solemnidad, encarnados en el ramo del transporte urbano de mercancías por los llamados soguillas, y cuyo nombre les venía de la cuerda que se echaban al hombro. Al parecer, simulando el oficio de mozos, eran, sin embargo, en su mayoría, timadores y ladrones; bien que otros muchos no pasaban de simples necesitados de algún trabajo para poder comer, que no habían podido tener acceso o fiador para sacar la licencia de mozo de cordel. Estos, los mozos oficiales, llegaron a manifestarse ante el gobierno civil contra la competencia de los soguillas, exigiendo a la autoridad el cumplimiento del reglamento, "eliminando el intrusismo". Salió entonces en defensa de los “ilegales” el escritor Ramón Gómez de la Serna argumentando que «No se puede cerrar el único camino que le queda al hambriento desesperado». Los mozos de cordel, solidarios entre sí pero no con la competencia de los soguillas, insistieron en reclamar los derechos derivados de su licencia como "funcionarios gratuitos del Estado, al servicio de la policía". Así lo recogen los principales diarios de la época.

Acuarela:

lámina (26x36 cm)

 

(esta situación era habitual entre las décadas de los Cuarenta y Setenta)

 

   Durante el Siglo XIX y gran parte el Siglo XX, el puchero, con una elasticidad muy ancha y un juego que da según que ingredientes se utilicen, lograba platos totalmente distintos.
A veces las familias de los obreros se acercaban a pie de obra para comer juntos.

DISPONIBLE

3- 1930. 'Aguador'

50,00 €
DISPONIBLE

3- 1930. 'Aguador'

50,00 €

Acuarela:

lámina 26x36 cm

 

(desaparecieron en los Cincuenta)

   Trabajaba en campos de fútbol, plazas de toros, procesiones y actos públicos. Aguadores de Madrid fue un gremio que permaneció activo en la capital de España entre el siglo xv y comienzos del xx. Regulados por el correspondiente concejo de la ciudad, su trabajo, además de la venta ambulante de agua fresca, consistía en transportarla en barriles o grandes cántaros hasta los aljibes, cisternas, tinajas o cántaras de las viviendas que no disponían de pozo o fuente particular.​ Desaparecieron de modo definitivo a comienzos del siglo XX, con la instalación de la red de agua corriente que permitió la construcción e infraestructura posterior del Canal de Isabel II, iniciada en 1851.


Tipología
La variada documentación distingue tres tipos de aguadores que podrían llamarse 'profesionales':
• los "chirriones", que transportaban el agua en una o varias cubas, sobre carros tirados por mulas o asnos.
• los tradicionales "cantareros de azacán", con uno o más burros sobre los que se cargaban de cuatro a seis cántaras de agua.
• los que llevaban el cántaro al hombro y podían subir con él hasta los domicilios de vecinos, corralas, etc.
A estos habría que añadir los vendedores ambulantes, muchos de ellos chiquillos o mozas de cántaro, que iban por la ciudad voceando su mercancía, "¡agua fresca!", con una pequeña cesta y uno o más vasos o jarrillos.[nota 2]​ Estos últimos eran muy populares en las procesiones religiosas o actos públicos diversos. Más tarde se introdujo la costumbre de servir el agua acompañada de unas gotas de anís, limón, azucarillos, canela y otros sabores atractivos.

VENDIDO

2- 1950. ¡Helados!

30,00 €
VENDIDO

2- 1950. ¡Helados!

30,00 €

Acuarela:

lámina(26x36 cm)

 

(desaparecieron a finales de los Sesenta)

 

   En el Madrid antiguo, los vendedores de helados utilizaban carritos o "cajones de frío" y a menudo se les conocía como "heladeros" o "paleteros". Aunque los carritos modernos aparecieron más tarde, la venta ambulante de helados ya existía en Madrid mucho antes, especialmente durante los siglos XIX y XX.

A los vendedores se les llamaba heladeros o paleteros. En la época antigua, utilizaban carritos o "cajones de frío" para transportar y vender sus productos.

VENDIDO

1- 1910. ¡¡¡Sereno!!!

30,00 €
VENDIDO

1- 1910. ¡¡¡Sereno!!!

30,00 €

Acuarela:

lámina(26x36 cm)

 

(desaparecieron a finales de los Setenta)

 

   Los serenos de Madrid eran guardianes nocturnos de las calles que se encargaban de la vigilancia, el alumbrado público y la seguridad de los vecinos. Aunque el oficio desapareció a finales de los años 70 y principios de los 80 debido a los porteros automáticos y la policía moderna, su figura está muy recordada por los madrileños y han sido homenajeados con una placa en la calle. 
Tareas principales:
• Vigilancia nocturna: 
Patrullaban las calles para prevenir delitos y mantener el orden. 
• Apertura de portales: 
Tenían un manojo de llaves para abrir los portales a los vecinos que regresaban tarde a casa. 
• Gestión del alumbrado: 
Se encargaban de encender las farolas de aceite o queroseno y de controlar el alumbrado público. 
• Auxilio: 
Daban la alarma en caso de incendios y prestaban ayuda a quienes lo necesitaran. 
Características
• Vestimenta: Solían llevar un capote gris y una gorra de plato. 
• Herramientas: Utilizaban un silbato de bronce para comunicarse y dar la alarma, y un chuzo (una vara con punta de hierro). 
• Cronología: 
La mayoría de las fuentes indican que desaparecieron a finales de la década de 1970 y que el oficio se extinguió por completo en 1986. 
• El último sereno
• Nombre: Manuel Amago.
• Reconocimiento: Fue homenajeado con una placa conmemorativa en la calle Doctor Gómez Ulla de Madrid en agradecimiento a su labor. 

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