Escenas perdidas de Madrid
Acuarela:
lámina (26x36 cm)
"La Revolución Silenciosa del Ocio en la España de los Sesenta"
¿Fuiste o te llevaron a los pinos de Oromana o a la Higuerita? ¿Llevábabais el transitor para escuchar el Carrusel?
En la baca del seita, no faltaba ni el canasto de mimbre con filetes empanados y tortillas, las neveras para el tinto, las caseras y el picadillo, la sandia para meter en el agua que hubiera y el termo del café...
Durante los años sesenta, España vivió una transformación social silenciosa pero profundamente reveladora: el auge del “dominguero”. Este fenómeno, que para muchos se resumía en familias cargadas con neveras, tortillas de patatas y sombrillas en coches SEAT 600, simbolizó en realidad una incipiente conquista de la clase media del derecho al ocio y a la movilidad. En una España aún bajo el yugo franquista, los domingos se convirtieron en una ventana de libertad.
Un coche, una tortilla y la carretera
El desarrollo económico que comenzó a perfilarse con el llamado “milagro español” dio lugar a un tímido pero creciente bienestar. Con la mejora de los salarios y la expansión de la industria automovilística —gracias al SEAT 600 y al Renault Dauphine— miles de familias españolas accedieron por primera vez a un coche propio. Esto no solo cambió la forma de moverse, sino también la forma de vivir el tiempo libre.
El domingo se convirtió en el día esperado: el día de cargar el coche con comida, niños, suegros y hasta el canario, rumbo a la playa, al campo o a algún pantano cercano. La escena se repetía como un ritual en toda la geografía: largas caravanas por carreteras nacionales, mesas plegables en los pinares, y baños improvisados en pantanos aún sin vigilancia.
El ocio como expresión de cambio
Ser dominguero no era solo una costumbre: era una forma de reivindicar un espacio en la modernidad. La jornada dominical al aire libre suponía un respiro frente a las normas rígidas del régimen. Aunque no había libertad política, había una creciente voluntad de vivir mejor, aunque fuese solo durante unas horas.
Para muchas familias obreras, aquel viaje semanal era la única oportunidad de escapar del hacinamiento de los barrios periféricos. Se trataba de una forma de turismo popular, precario pero cargado de ilusión, donde no faltaban la radio con canciones de Karina o Raphael, el café en termos y las sombrillas de rayas.
Críticas, tópicos y realidades
No todos veían con buenos ojos a los domingueros. Desde ciertos sectores de clase alta o intelectual, el fenómeno era objeto de burla: sinónimo de mal gusto, de ruido, de atascos interminables y de invasión de espacios naturales. Las caricaturas de la época mostraban a familias sudorosas, cargadas hasta el techo, con el padre en camiseta de tirantes y la suegra criticando por el retrovisor.
Sin embargo, detrás del estereotipo, había un país en transformación. España salía de su ensimismamiento rural y comenzaba a soñar con las vacaciones, el coche familiar y la movilidad. El fenómeno de los domingueros anticipó en cierta forma el boom turístico y el desarrollo del turismo interior en las décadas siguientes.
Legado de un ritual popular
Hoy, medio siglo después, el término “dominguero” sigue existiendo, aunque a menudo con connotaciones peyorativas. Sin embargo, en los años sesenta, fue símbolo de progreso. En un tiempo en que viajar era un lujo y descansar un privilegio, los domingueros rompieron barreras y democratizaron, a su manera, el acceso al ocio.
En cada tortilla de patatas envuelta en papel de aluminio, en cada bañador tendido al sol sobre la ventanilla de un 600, latía el anhelo de una España más libre, más abierta y, sobre todo, más feliz.
El gran Ibáñez los retrataba no muy bien en sus historietas de Mortadelo y Filemón, llamándoles roba peras...
Acuarela:
lámina (26x36 cm)
(Desaparecieron enlos 70)
El oficio antiguo de regar las calles con mangueras se llamaba baldeo y lo realizaban los mangueros o peones especialistas. El oficio era fundamental para la limpieza de las calles, especialmente antes de la automatización, y consistía en usar agua a presión para arrastrar la suciedad, el polvo y los residuos pequeños hacia las alcantarillas. Los equipos solían incluir un "manguero" que operaba la manguera y un "llavero" que dirigía los residuos hacia el desagüe y recogía los montones finales.
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Nombre del oficio: Baldeo.
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Operarios: Mangueros o peones especialistas.
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Herramientas: Mangueras, cepillos y carritos de limpieza.
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Proceso:
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El manguero proyectaba agua a presión con una manguera, a menudo conectada a una boca de riego.
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El agua arrastraba los residuos del pavimento y las aceras.
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El llavero empujaba los residuos hacia la red de alcantarillado.
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Se recogían los restos acumulados con una pala y se depositaban en un carrito.
 
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Limpieza exhaustiva: El baldeo manual permitía acceder a rincones y áreas donde las máquinas no podían llegar, como alrededor de bancos, contenedores, paradas de autobús, alcorques de árboles y soportales.
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Mantenimiento de la salud pública: Era una tarea esencial para la higiene de la ciudad, retirando suciedad acumulada que podía ser perjudicial para la salud.
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Precursor de las máquinas: Con el tiempo, este método manual fue complementado y, en gran medida, reemplazado por el baldeo mecanizado, que utiliza vehículos cisterna con sistemas de alta presión controlados por el conductor.
 
Acrílico:
lienzo (26x36 cm)
(desaparecieron en los 90)
Los carteles de cine tradicionalmente eran creados por pintores y dibujantes especializados, llamados cartelistas. Algunos de los nombres destacados incluyen al italiano Anselmo Ballester, los españoles Francesc Fábregas Pujadas y Peris Aragó, y el estadounidense Drew Struzan. Su labor combinaba arte y artesanía, a menudo trabajando desde bocetos y reproduciendo a los actores con gran realismo en lienzos de gran formato.
Proceso de creación de los carteles
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El proceso comenzaba con un boceto a lápiz que necesitaba ser aprobado.
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El boceto se transfería, con ayuda de un cuadriculado, a un lienzo de tamaño definitivo usando carboncillo.
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La etapa crucial era la aplicación del color, para la cual a veces se tenía que inventar la paleta de colores basándose en bocetos en blanco y negro.
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Se empleaban técnicas como la pintura al temple, aplicada con pinceladas impresionistas para dar forma a las figuras y lograr un parecido asombroso con el boceto original.
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Finalmente, se añadían los textos y títulos.
 
Acuarela:
lámina (26x36 cm)
(desaparecieron en los 70)
La cámara utilizada para la fotografía minutera incluía en un único cajón compacto tanto la cámara misma como el laboratorio fotográfico completo de revelado y ampliación convencional en blanco y negro. A la «cámara oscura» (el cajón), accedía el fotógrafo a través de una manga negra de terciopelo y realizaba gran parte de su trabajo al tacto.
Los fotógrafos se ubicaban en plazas, parques, miradores y paseos y ofrecían sus servicios de «foto al minuto» ataviados con un tradicional e inmaculado delantal blanco y un sombrero. Con frecuencia los acompañaba un loro que se posaba sobre la cámara (de ahí la expresión que subsiste hasta la actualidad: «mire al pajarito» para indicar a alguien que dirija su mirada a la cámara) y entregaba con el pico papeles de la suerte a los clientes. Los recién fotografiados debían llevar su foto en la mano sosteniéndola con cuidado desde alguna punta para que secara al viento. A veces los fotógrafos tenían además elementos escenográficos: algún caballito de palo, muñecos, telones y otros implementos de utilería en cartón para ambientar las fotos.
La fotografía minutera tuvo su principal auge durante la primera mitad del siglo xx y comenzó a declinar en los años 1970 debido a la aparición de la fotografía a color y de las nuevas técnicas fotográficas.
Acuarela:
lámina (26x36 m)
(desaparecieron a principios de los 30)
Mozos de cordel o mozos de cuerda en Madrid
Oficio gremial de tradición, el de los mozos de cuerda estuvo emparentado y asociado al de los aguadores. Así los describía en 1844 el pulcro cronista madrileño Mesonero Romanos, en una relación de oficios contenida en su Manual histórico-topográfico... de Madrid:
"Los robustos mozos de cordel, que se hallan en las esquinas de las calles, aunque toscos sobremanera, sirven para conducir los efectos y hacen toda especie de mandados, lo cual ejecutan con bastante exactitud y notable probidad, pagándoles de 2 a 4 reales por cada mandado".
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Los soguillas
Resulta curioso que la más dura e historiada competencia les llegase a los mozos de cordel, no de los poderosos, sino de los menesterosos pobres de solemnidad, encarnados en el ramo del transporte urbano de mercancías por los llamados soguillas, y cuyo nombre les venía de la cuerda que se echaban al hombro. Al parecer, simulando el oficio de mozos, eran, sin embargo, en su mayoría, timadores y ladrones; bien que otros muchos no pasaban de simples necesitados de algún trabajo para poder comer, que no habían podido tener acceso o fiador para sacar la licencia de mozo de cordel. Estos, los mozos oficiales, llegaron a manifestarse ante el gobierno civil contra la competencia de los soguillas, exigiendo a la autoridad el cumplimiento del reglamento, "eliminando el intrusismo". Salió entonces en defensa de los “ilegales” el escritor Ramón Gómez de la Serna argumentando que «No se puede cerrar el único camino que le queda al hambriento desesperado». Los mozos de cordel, solidarios entre sí pero no con la competencia de los soguillas, insistieron en reclamar los derechos derivados de su licencia como "funcionarios gratuitos del Estado, al servicio de la policía". Así lo recogen los principales diarios de la época.
Acuarela:
lámina (26x36 cm)
(esta situación era habitual en las décadas 40-70)
Durante el Siglo XIX y gran parte el Siglo XX, el puchero, con una elasticidad muy ancha y un juego que da según que ingredientes se utilicen, lograba platos totalmente distintos.
A veces las familias de los obreros se acercaban a pie de obra para comer juntos.
3- 1930. El aguador (trabajaba en campos de fútbol, plazas de toros, procesiones y actos públicos.
3- 1930. El aguador (trabajaba en campos de fútbol, plazas de toros, procesiones y actos públicos.
Acuarela:
lámina 26x36 cm
(desaparecieron en los 50)
Aguadores de Madrid fue un gremio que permaneció activo en la capital de España entre el siglo xv y comienzos del xx. Regulados por el correspondiente concejo de la ciudad, su trabajo, además de la venta ambulante de agua fresca, consistía en transportarla en barriles o grandes cántaros hasta los aljibes, cisternas, tinajas o cántaras de las viviendas que no disponían de pozo o fuente particular. Desaparecieron de modo definitivo a comienzos del siglo XX, con la instalación de la red de agua corriente que permitió la construcción e infraestructura posterior del Canal de Isabel II, iniciada en 1851.
Tipología
La variada documentación distingue tres tipos de aguadores que podrían llamarse 'profesionales':
• los "chirriones", que transportaban el agua en una o varias cubas, sobre carros tirados por mulas o asnos.
• los tradicionales "cantareros de azacán", con uno o más burros sobre los que se cargaban de cuatro a seis cántaras de agua.
• los que llevaban el cántaro al hombro y podían subir con él hasta los domicilios de vecinos, corralas, etc.
A estos habría que añadir los vendedores ambulantes, muchos de ellos chiquillos o mozas de cántaro, que iban por la ciudad voceando su mercancía, "¡agua fresca!", con una pequeña cesta y uno o más vasos o jarrillos.[nota 2] Estos últimos eran muy populares en las procesiones religiosas o actos públicos diversos. Más tarde se introdujo la costumbre de servir el agua acompañada de unas gotas de anís, limón, azucarillos, canela y otros sabores atractivos.
Acuarela:
lámina(26x36 cm)
(desaparecieron a finales de los 60)
En el Madrid antiguo, los vendedores de helados utilizaban carritos o "cajones de frío" y a menudo se les conocía como "heladeros" o "paleteros". Aunque los carritos modernos aparecieron más tarde, la venta ambulante de helados ya existía en Madrid mucho antes, especialmente durante los siglos XIX y XX.
Aspectos clave
Términos: A los vendedores se les llamaba heladeros o paleteros.
Carritos: En la época antigua, utilizaban carritos o "cajones de frío" para transportar y vender sus productos.
Origen del helado en España: El helado llegó a España alrededor del siglo XVI, y el consumo se popularizó en la ciudad a lo largo de los siglos.
Acuarela:
lámina(26x36 cm)
(desaparecieron a finales de los 70)
Los serenos de Madrid eran guardianes nocturnos de las calles que se encargaban de la vigilancia, el alumbrado público y la seguridad de los vecinos. Aunque el oficio desapareció a finales de los años 70 y principios de los 80 debido a los porteros automáticos y la policía moderna, su figura está muy recordada por los madrileños y han sido homenajeados con una placa en la calle. 
Tareas principales
• Vigilancia nocturna: 
Patrullaban las calles para prevenir delitos y mantener el orden. 
• Apertura de portales: 
Tenían un manojo de llaves para abrir los portales a los vecinos que regresaban tarde a casa. 
• Gestión del alumbrado: 
Se encargaban de encender las farolas de aceite o queroseno y de controlar el alumbrado público. 
• Auxilio: 
Daban la alarma en caso de incendios y prestaban ayuda a quienes lo necesitaran. 
Características
• Vestimenta: Solían llevar un capote gris y una gorra de plato. 
• Herramientas: Utilizaban un silbato de bronce para comunicarse y dar la alarma, y un chuzo (una vara con punta de hierro). 
• Cronología: 
La mayoría de las fuentes indican que desaparecieron a finales de la década de 1970 y que el oficio se extinguió por completo en 1986. 
• El último sereno
• Nombre: Manuel Amago.
• Reconocimiento: Fue homenajeado con una placa conmemorativa en la calle Doctor Gómez Ulla de Madrid en agradecimiento a su labor. 
                                        
                
            
            
            
            
            
            
            
            
            
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